Rara vez me
vi tan ofuscado como aquella noche, si bien las cosas entre nosotros no venían
bien desde hace ya tiempo, esa mirada culminó con mi paciencia, es como si el frío de las avenidas hubiese helado nuestras almas dejándonos solos en la
oquedad de las veredas. Los minutos que siguen son más penosos aún, un caminar
en silencio por vastas calles que parecen interminables, sosteniendo con mirada
esquiva una trivialidad aparente que consiste en resistir esa elipsis, como una
prueba de resistencia tácita que deja entrever la pesadez del silencio. Llevo
las manos a los bolsillos y sigo con la cabeza baja, inventándome posibles
respuestas ante ocasiones que pudieran llegar a desenvolverse en los minutos
próximos, las calles siguen sus recorridos y mis réplicas mentales parecen cada vez más
certeras. Hasta que ocurre, levanto la vista y veo sus ojos que me escrutan con
desdén riguroso, como si leyera todos los movimientos en mi frente, y yo en un intento inexorable de borrar esos
vestigios de pensamientos premeditados, cambio la textura de mi faz, y me
decido a reparar en los charcos que se
alojan cada pocos metros en las baldosas de asentamiento dudoso, tratando de desdibujar
mis alusiones y llevar mis pensamientos a las lloviznas que aquejan desde hace
rato. Pero la conozco, sabe a su vez que yo también puedo leer sus labios
cerrados que me hablan, que me hablan al mirarme e intentan decirme <nos
conocemos demasiado> esa situación se vuelve extrema, una brisa se lleva el
mundo y nos deja solos, desnudos y transparentes, cualquier movimiento en falso
podría ser letal, ambos acabamos de quedar inermes, indefensos en esa batalla
omisa, detenidos como la noche, deseamos besarnos, pero habría que tender la
mano y conciliar por una buena partida. Entonces lanza esa mirada amistosa que consiste en relajar el entrecejo y
construir una sonrisa tenue, como si el viento empujase el extremo de sus
labios. Puedo ver que sigue hablando con los labios mudos, pero itero –rara vez
me vi tan ofuscado- no cedería por menos
que una conversación explícita o al menos dejar pasar unos días en silencio
para que mi enojo tenga un sustento en la indiferencia al menos . Es en ese
momento cuando cambio el rumbo y me vuelvo a los charcos permitentes. ¿Acaso
está lloviendo más fuerte? El juego sigue abierto, cada uno toma su daga y
calla.
Un último asomar de banderas blancas antes de
los 50 metros finales cae en su entrecejo, pero aprieto el paso para llegar
rápido con ademanes de molestia por la lluvia, es ahí cuando su mudez me
susurra nuevamente, la oigo de soslayo < sé que te gusta caminar bajo la
lluvia>intenta decirme, pero al fin y al cabo lo mismo da, no quería hablar,
estaba enojado.
Las rejas de su casa detuvieron el martirio-
es ahora o nunca- un vislumbrar de ojos azules, un viento que sopla lejos, una
garúa intermitente, luna que enmudece, farol que penumbra, -nos vemos- beso
apresurado en la mejilla, doblar de esquina y caminar tranquilo bajo la lluvia.
–¿está lloviendo más fuerte?.
Los
días ulteriores no fueron tan pacíficos como esperaba, recuerdo haber llegado a
casa tarde, mamá dormía en el sofá y de entre sus suspiros una humareda
blanquecina acompañaba su respiración, no pude menos que aumentar la
calefacción. Fui a la cocina y me preparé un té. Mis manos casi dormidas asían
las cosas con torpeza debida y temblequeo constante, mi nariz helaba y un dolor
debajo de los ojos parecía vaticinar un principio de gripe. Me acosté
rápidamente y encendí la radio, no tenía ganas de leer y el huracán que padecía
mi cabeza necesitaba un reposo de ideas, creo haber escuchado un minueto
bastante alegre antes del pronóstico extendido.
Mamá vino a despertarme al otro día, se
apareció en mi habitación a eso de las 11 de la mañana con un mate que expelía
un vapor reconfortante, le pregunté porque
no me había levantado antes que había perdido una clase en la facultad,
y me respondió que me veía cansado y no quería despertarme. –ayer me quedé
hasta tarde esperándote-
- sabes que
no me tenes que esperar, siempre llego tarde los sábados
- ¿a dónde
fueron con María?
-al cine.
Mama me miro
sorprendida de que hubiese respondido sin vacilar. Suspiré levemente y cambié
la conversación. Mama tiene un olfato especial para este tipo de cosas.
-¿Vos te
sentís bien? no te ves muy animado.
-me siento
un poco resfriado, eso es todo. ¿Todavía sigue la lluvia?
- sí y hasta
el miércoles parece va a estar así, ¿querés que te tome la fiebre?
-¡hasta el
miércoles! yo tengo que salir mañana a buscar unos apuntes a la casa de Julio
-con
este resfrío no te conviene. ¿En serio
te sentís bien?
-Me voy a
desayunar, gracias por el mate-
Pobre, no
tiene malas intenciones, solo que no tengo ganas de hablar. Aún estaba algo
enojado. ¿Tan fácil se escribe mi frente?
Esa tarde el
resfrío se acrecentó y estuve en cama todo el día, me hice el dormido gran
parte del mismo, para que mamá no estuviera detrás de mí como un sabueso en busca de información. El
aguacero sobre las ventanas generaba un ambiente adecuado para seguir acostado.
¿Qué estaría pensando maría?
Un locutor
vociferaba el traspaso de los partidos de fútbol por el temporal.
Esa noche
dormí mal y desde el amanecer estuve con dolores de cabeza, tomé un ibuprofeno
que encontré y a las ocho de la mañana me fui para lo de Julio.
Baje en la
estación de Banfield para ir a su casa, las cerrazones habían teñido el barrio
de un violeta oscuro, era divertido ver los charcos en los empedrados, si uno
se fijaba bien las gotas parecían emerger de los estanques, y más bello aún era contemplar la garúa
incipiente en los faroles de la avenida, parecía volverse visible aquel
espectáculo transparente.
Hablé rápido con julio, le pedí los apuntes y
me marché, tuve que desistir a su invitación de una taza de té, no tardaría en
preguntar por cómo iban las cosas con María y darse cuenta de nuestro
conflicto, a lo que sucederían preguntas impertinentes a las que no tenía ganas
de contestar.
Llegué a casa cerca del mediodía, doña Ester
sacaba a baldazos el agua del interior de su casa y mis jeans estaban marcados
por el agua tan solo unos veinte centímetros por debajo de mis rodillas. Entre
a casa, salude rápidamente a mama y me fui a repesar los apuntes a mi cuarto.
La cabeza se me partía en dos y surgieron dentro de mi unas pesadas de ganas de
llamar a María, pero debía sostener mi defensa yo solo estaba dispuesto a
escuchar, pero extrañaba su voz y su sonrisa tenue, como si los problemas del
mundo se detuvieran en esa pincelada aurea, pero no, no podía flaquear ahora.
-se me parte la cabeza.
A las horas vino mama a preguntarme si había
tomado algo para el resfrío y comentarme de cómo a Ester se le había metido
agua en el living. < Tu padre siempre decía que en más de 30 años en el
barrio nunca había llegado el agua de las tormentas hasta más que la reja de
entrada> dijo mientras la miraba
taciturnamente y su imagen se borraba entre la nebulosa febril.
Los días que siguieron los pase en cama,
recuerdo un doctor que me mira desde arriba, mama que me acaricia preocupada,
inyecciones amargas, paños mojados en la frente, ardores que no cesan, imágenes
discontinuas y borrosas. Para cuando desperté me sentí como si me hubieran
atropellado y las precipitaciones se mantenían incesantes en el fulgor del
ventanal. -¿qué día es? Pregunte a mama –
-viernes
hijo, tenés que guardar reposo como dijo el médico.
Viernes
¡tengo que llamar a María-me vestí con prisa
-no hay
teléfono, se cortó con la tormenta.
-entonces me
voy a su casa
A pocos pasos
de la puerta de salida pude divisar como la lluvia se escurría por debajo del
umbral que me obligaro a recular hacia el comedor, el agua nos arrinconó a mama
y a mi contra una de las paredes, las luces de las lámparas cintilan, el agua
se mete a borbotones y se escuchan unas chispas que provienen de la calle justo
cuando la lluvia ganaba las tomas de corriente, y nosotros con el agua que ya
nos llegaba a la cintura, todavía puedo ver su temor aferrado con sus uñas en
mi brazo derecho.
-Juan… Juan
La mire
desconcertadamente.- perdóname por lo de hoy, en serio, no estuve bien y no
quiero que estemos peleados. ¿Me escuchas?
-si si, está
bien-aún estaba algo perdido
Sus ojos azules volvieron a penetrar con
dulzura acertada aunque los míos se encontraran oscilantes
- te amo,
¿sabes?
Acepté su confesión con mi sonrisa más cálida,
aunque ella me miró desconcertada, debió pensar que seguía reposado en los charcos
que se agitaban en las veredas.
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