miércoles, 11 de enero de 2012

Moscas

"...la tristeza me anegó y las moscas aletearon más fuerte que nunca."
Franco Otatti



Manchas negras sobrevolándome
Entrecortadas en el aire
Preguntando
Callando
Abiertas como las alas de un paraguas

Vuelan sobre la profundidad de un instante
Zumban en contra de la voz
Se repiten
Se enajenan de mi conciencia
(Me enajenan)


  Vuelan
Pero no como lo hace un pájaro
Entre la piel del viento y la delicadeza
Sino que vibran en el acecho
Ennegreciendo las fibras de oxígeno
Rodeando las inmediaciones de la existencia

Tal vez sean sólo insectos
U otro signo de muerte


                                                     Julián Berenguel.

domingo, 8 de enero de 2012

Superstición


  La tarde se mostró calurosa, 36 grados o más rociaban las carnes de los individuos en la ciudad. Yo me encontraba abatido, no tanto así por el calor, si no por la desesperanza de mis últimos días, el desamor y la compasión enredaban  mis pensamientos como si fuera una telaraña, con círculos perfectos en donde la más ínfima mosca quedaba atrapada, haciendo temblar toda mi estructura con su aleteo desesperado.
  Miles de interrogantes, dudas e ideas zumbaban constantemente en los recintos de mi caverna gris, el calor era sofocante. Decidí que era mejor aclarar mi mente entre los álamos del parque, fui hacia ellos y no tuve más fuerzas que para tirarme en el pasto y contemplar la tarde desde un ángulo más calmo, en ese instante en que dejé caer mi cuerpo sobre suave manto de la gramilla, un sosiego impenetrable se apoderó de mi ser, la calma más rotunda apartó del mundo esa porción de suelo en la que me hallé. Entrecerré los ojos y dejé escapar a mis atolondradas discusiones internas, la brisa que rosaba mi rostro y mi cuello hizo más reconfortante el momento. Penetre lentamente en el sueño y escape de los laberintos que me encerraban, mi mente viajó lejos sin rumbo fijo, como un corcho en el océano. De pronto, un roce suave, pero tenaz inquietó mi descanso, meció las aguas de ese océano y sucumbió esa embarcación frágil de corcho, rehusado a abrir los ojos, a acallar esa paz que hacía rato que no hallaba, decidí no darle importancia al hecho, intenté conciliar el sueño otra vez hasta que esa brisa obstinada se prolongó por mi espalda, la sensación era similar al andar de una araña, como si esa araña que había tejido su telar en mi mente, descendiese por un delgado hilo hasta mis hombros  y se expandiese por el resto de mi cuerpo, tratando de no dejarme en paz ni un segundo. La imagen del arácnido me estremeció, exaltado decidí abrir los ojos para verificar que ocurría, pase mi mano por mi espalda y reduje entre mis dedos cuerpo extraño, aún desde el suelo lo acerque hacia mí. Era una vaquita de san Antonio, la imagen de ese diminuto ser colorado con lunares negros me produjo una emoción incalculable, ese pequeño animal relacionado con el campo de la suerte y los deseos. Aún somnoliento divisé la imagen por unos segundos, lo analicé, lo ví caminar entre mis dedos mientras yo giraba mi mano marcándole el rumbo, miré a mí alrededor  y noté un panadero crecido al costado de uno de los álamos. La metáfora fue perfecta, fue casi como una señal, me encontré entre dos seres, que en el imaginario popular y tradicional, representaban la posibilidad de un buen augurio si se lo pidiese. Sentí que era mi salvación, deposité todas mis esperanzas en ambos amuletos vivientes, cerré los ojos con fuerzas y pedí mi deseo, pedí mi calma, pedí mi libertad, pedí mi solución… abrí mis ojos  de forma brusca y desarraigada para esperar que el pequeño animal se echara a volar dando así mi deseo por cumplido, reparé en mi mano y advertí tristemente que la vaquita se había dejado morir. Quedé perplejo ante la imagen, giré lentamente la mirada hacia el panadero y lo contemple por unos segundos, hasta que una bocanada de viento fugaz y violento arremetió sobre el mismo, echando a volar al aire aquellas diminutas plumas fortuitas, privándome así de toda chance de concebir mis deseos. Me volví hacia el césped y miré al cielo, la tristeza me anegó y las moscas aletearon más fuerte que nunca.

martes, 3 de enero de 2012